No han pasado ni 48 horas desde que la policía ecuatoriana tomó por asalto la Embajada mexicana en Quito, y la condena en América Latina, incluso entre gobiernos de muy distinto signo político, es prácticamente unánime. Menudean algunos matices en los fraseos de ciertas cancillerías (Uruguay y Paraguay), hay países que prefirieron fijar su posición en conjunto (República Dominicana, Panamá y Costa Rica), otros que de plano optaron por romper relaciones diplomáticas con Ecuador (México y Nicaragua) y apenas un par que no han reaccionado (El Salvador y Haití). Esas diferencias, sin embargo, son secundarias frente al rechazo generalizado e inequívoco del acto y la defensa del principio de inviolabilidad de las sedes diplomáticas según la Convención de Viena de 1961. Estados Unidos, la ONU y la OEA también se han pronunciado en el mismo sentido. No hay voces disonantes. A nivel internacional, Ecuador se ha quedado solo.
A nivel doméstico, además, el episodio está provocando que su presidente, Daniel Noboa, pierda la mayoría con la que contaba en la Asamblea Nacional. La bancada del partido Revolución Ciudadana (RC), que aglutina al 37% de los legisladores, ha anunciado que en protesta por lo ocurrido en la Embajada mexicana abandona la coalición legislativa que, junto con Acción Democrática Nacional, el Partido Social Cristiano y algunos asambleístas independientes, le había permitido al presidente la aprobación de varias leyes. A partir de ahora RC será oposición y Noboa quedará en minoría. Electo por un periodo de escasos 18 meses, para completar el mandato inconcluso de su antecesor, Guillermo Lasso, y enfrentando una grave crisis de seguridad, que ha derivado en un conflicto armado interno entre organizaciones criminales vinculadas al narcotráfico y las fuerzas del Estado, el Gobierno de Noboa luce debilitado. Habrá que esperar a conocer el efecto de esta situación sobre la aprobación del presidente, que en las encuestas de marzo oscilaba entre 60 y 80%. Por el momento el espectro de la inestabilidad parece volver a rondar la política ecuatoriana.
En México ha predominado, en cambio, el cierre de filas: entre los simpatizantes del presidente, Andrés Manuel López Obrador, pero también entre buena parte de sus críticos y opositores. El allanamiento de la Embajada ha sido interpretado, igual por tirios que por troyanos, como una agresión injustificable.
Al margen de ese consenso, con todo, han surgido varios cuestionamientos atendibles. Primero, por las provocadoras declaraciones del mandatario mexicano en torno a las consecuencias políticas del asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio, tras las cuales Ecuador declaró persona non grata a la embajadora mexicana, Raquel Serur. Segundo, por la cuestionable decisión de otorgarle asilo al exvicepresidente, Jorge Glas, quien estaba prófugo de la justicia desde diciembre pasado y contra quien subsisten dos sentencias en firme por asociación ilícita y cohecho. Y tercero, porque esta no es la primera crisis diplomática en la que se ve envuelto México durante el sexenio de López Obrador, que antes ya tuvo que retirar a sus embajadores en Bolivia y Perú por conflictos con los gobiernos que sucedieron al de Evo Morales y Pedro Castillo, respectivamente. Entre especialistas y diplomáticos mexicanos prevalece la impresión de que el manejo de la política exterior hacia América Latina durante estos años ha sido, por decir lo menos, errático, torpe e ideologizado.
Finalmente, queda la pregunta de cuál será el impacto de este incidente en la contienda electoral mexicana. Aunque podría ser propicia para generar el fenómeno que la Ciencia Política denomina rally around the flag (aglutinarse en torno a la bandera), lo cierto es que el repudio es tan amplio, y Ecuador un país tan lejano, que cuesta mucho trabajo imaginar que la crisis sea percibida como una amenaza que afecte directamente a los mexicanos o pueda alterar su intención de voto. La política exterior nunca ha sido un tema prioritario para las campañas electorales en México. Quizá el presidente y su candidata traten de aprovechar la coyuntura para apelar al sentimiento nacionalista, pero no parece haber las condiciones para que dicho lance rinda frutos. De la verdadera amenaza, que es una eventual victoria de Donald Trump en Estados Unidos, hasta el momento tanto el oficialismo como las oposiciones han preferido guardar silencio. Por algo será…
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_