La actriz Fátima Favela da los últimos retoques a su maquillaje en la premura de los poco minutos que tiene antes de entrar a escena. Luego de delinear sus cejas y comprobar que el labial carmín ha quedado perfecto, es el turno de la plancha para el cabello. La actriz de ojos almendrados toma un mechón de su pelo con la plancha y lo mueve de forma circular, para garantizar los rizos que debe llevar su personaje. Todo es movimiento, adrenalina y alegría en el camerino de las actrices, donde Favela y sus compañeras de reparto se preparan para el estreno de El Insólito caso del señor Morton, una comedia policíaca irreverente y políticamente incorrecta con la que la compañía de teatro mexicana Los Tristes Tigres celebra 19 años sobre las tablas, con 25 montajes a los largo de su historia e imponiendo una forma de hacer teatro única: con obras novedosas, casi sin mobiliario, con mucha pantomima y humor, pero también superando la eterna crisis que aprieta a la Cultura mexicana debido a los recortes oficiales. “Esta compañía es una escuela de rigor y disciplina, pero también es mi casa y mi familia”, dice Favela. “Encontré en este lugar una ética laboral y una dinámica de trabajo con las que me siento muy cómoda, porque el nivel de exigencia es muy alto. Es también un lugar de gozo, amor y pasión”, afirma la actriz.
Es una calurosa tarde de primavera y en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque, en Ciudad de México, hay un hormigueo que no cesa: los actores se visten en los camerinos, los técnicos comprueban luces, sonidos y micrófonos, el personal de limpieza prepara el escenario y productores de la obra corren de un lado a otro para garantizar que cada detalle esté donde corresponde. Es, en fin, un día más de puesta escena en este hermoso complejo de salas teatrales construido a un costado del imponente bosque que es un respiro de sombra, brisa y oxígeno en este gigante de concreto que hoy se quema a más de 30 grados, en una semana de marcas históricas de temperatura. El calor sofoca a los actores, pero no se detienen para tomar un respiro.
Favela está ya lista con su vestimenta de los años cuarenta —blusa blanca y falda gris, larga y ajustada— y ensaya por unos minutos sus líneas. Ella encarna a una mujer joven, guapa y soltera que vive con su perro en un departamento de Los Ángeles. Esconde, además, una filia sexual particular, que el público podrá descubrir cuando vea la obra. “Se llama Sofía y tiene una relación muy significativa con su perro”, afirma Favela con una sonrisa pícara. “Este personaje me permite divertirme muchísimo, gozar en escena y que el público también se divierta”, dice la actriz. Favela tiene un enorme agradecimiento a Los Tristes Tigres, porque, dice, la compañía le ha dado una oportunidad de ejercer la actuación en un país donde es difícil para las mujeres hacer una carrera en el teatro. Esta actriz con 15 años en la profesión lleva ocho de ellos trabajando con la compañía. “No es fácil encontrar espacios de oportunidad en los que se me permita jugar a lo que juego aquí, donde me exijan este nivel de calidad. Una de las cosas más complejas de esta profesión en México es vivir bien de hacer teatro y más para las mujeres, además de tener espacios seguros para trabajar y sentirse cómoda, y aquí lo logro”, apunta.
Esta compañía surgió en 2005 por la pasión que un grupo de amigos de la Universidad Veracruzana, en el sur de México, le tenían al teatro. Adrián Vázquez, su director, se unió a dos compañeros de estudios que estaban interesados en explorar una corriente teatral basada en el uso del cuerpo, los movimientos corporales, la pantomima y las máscaras para contar historias. Hicieron un espectáculo juntos que tuvo éxito y muy pronto entendieron que la gente de Xalapa, la bonita ciudad capital del Estado, los empezaba a identificar como a los “chavos que se presentan en el parque, los que hacen esto de la pantomima o acrobacias”, cuenta el director. “No teníamos una identidad y cuando nos empezaron a contratar decidimos ponernos un nombre, aunque no teníamos pensado formar una compañía ni nos imaginábamos que con el transcurso del tiempo íbamos a tener una escuela o un repertorio estable; nada más necesitábamos que nos reconocieran”, explica Vázquez. El nombre de la compañía lo tomaron del apodo de uno de los integrantes, a quien llamaban ‘tigrillo’.
La fama fue creciendo en Xalapa y Vázquez estuvo seguro que quería dedicar la vida al teatro, pero sus compañeros no tanto. Con el tiempo ellos se distanciaron, pero permitieron que su amigo continuara con la empresa y con el nombre. Él se movió para buscar recursos que le permitieran tener un repertorio y hasta contar con un elenco estable para las obras, siempre con el gusto puesto en la pantomima y el uso del cuerpo como forma principal de expresión. Las puestas en escena de las obras de Los tristes Tigres son austeras en mobiliario, pero con una fuerza dramática potente, un trabajo impecable de los actores y mucho interés en la música, los sonidos y la iluminación. Así es El Insólito caso del señor Morton, la obra que ahora estrena la compañía, en la que no hay una sola silla en el escenario y que invita a la audiencia a imaginarse todo el conjunto: un edificio de apartamentos donde viven los 15 personajes de la pieza. “Damos un énfasis muy marcado al cuerpo y al movimiento”, dice la actriz Favela. “En el teatro por lo general se le da mucha importancia a la escenografía, pero aquí todo es pura luz y tonalidad. Eso nos permite jugar en escena con universos maravillosos, increíbles, pues mucha de la obra pasa por la cabeza de la audiencia. Todo el tiempo estamos en escena y eso es padre, porque no te permite distraerte ni un segundo, debes estar siempre atento, con disposición al juego y a la entrega”, explica.
Vázquez ha remado contracorriente a lo largo de los años para mantener su compañía, montar sus obras y garantizar salarios decentes a sus actores, para que puedan vivir de esta profesión. La compañía ha logrado 25 montajes, la mayoría de ellas comedias, y tiene 10 obras de su repertorio listas para poner en cartelera en cualquier momento. Además de la historia del señor Morton están en escena las piezas Un tal Shakespeare, en el Foro Shakespeare, y Wenses y Lala, en La Teatrería, ambas en Ciudad de México. “Tenemos un repertorio vasto y de una gran calidad escénica. Nos gusta mucho lo que hacemos”, afirma el director. Una pasión, agrega, que no es fácil mantener. “Históricamente en México el arte y la cultura siempre han sido desdeñados, pero ha habido también un gran ánimo emprendedor y teníamos esperanzas en que el nuevo Gobierno [del presidente Andrés Manuel López Obrador], de una izquierda un tanto progresista, iba a alzar la cultura, pero nos damos cuenta que fue peor, porque hubo grandes recortes”, cuestiona Vázquez, quien hace referencia a la política de austeridad de esta Administración, muy cuestionada por el sector de las artes.
El director pone un ejemplo que podría ser hasta cómico, parte de una escena de una de sus obras: un día antes del estreno de la pieza del señor Morton se fundieron varias luminarias del teatro, por lo que tuvieron que avisar a los encargados de producción de la Coordinación Nacional de Teatros, dado que el Julio Castillo es un recinto público. La respuesta fue que la compañía comprara y reemplazara las bujías faltantes. “Nosotros podemos hacerlo, pero hay que hacer un papeleo, un trámite, y para cuando las tengan ya habrá terminado la temporada”, fue la respuesta concreta, según Vázquez, que la recuerda con una sonrisa amarga. A los recortes y la desidia oficial se unieron la pandemia y el auge de las plataformas de streaming, que mantiene en sus casas a un público que ha dejado de ir al teatro. “Siempre ha sido complicado hacer teatro, pero ahora es más difícil. Nosotros apenas sacamos para tener sueldos decentes. En los últimos tres años hemos tomado la idea de que el teatro también funciona como un escaparate, que da la posibilidad de obtener otros trabajos en cine o en televisión”, explica. “Hacer teatro es un acto heroico”, acota.
El panorama sombrío, sin embargo, no ha hecho desfallecer a la gente de la compañía. Vázquez ha hablado con este diario en un descanso del trajín de esta tarde, cuando preparan todo para la presentación de la nueva obra a la prensa: un grupo de periodistas que será el altavoz para atraer al público. El director se apura a juntarse con los actores para darle las últimas recomendaciones antes del estreno. La comedia El Insólito caso del señor Morton narra la investigación del asesinato del médico pediatra John O. Mathew, a cargo del detective de poca monta Morgan, quien recibe el encargo del caso de boca del señor Morton, íntimo amigo del hombre asesinado. Tras el crimen se desata una serie de eventos disparatados, se exponen los secretos que guardan los personajes de ese edificio angelino de finales de los cuarenta, y se recrean circunstancias que hacen dudar al público sobre el autor del asesinato.
La obra fue escrita por Martín Zapata, dramaturgo y académico de la Universidad Veracruzana. Él fue maestro de Vázquez y su antiguo pupilo le ha encargado la dirección de este nuevo montaje de la comedia. La obra fue estrenada originalmente hace 20 años en Xalapa y luego ha sido representada en otros lugares, como Canadá, pero no se había puesto en escena en un teatro de la capital mexicana. Se trata de una nueva versión con ajustes al texto original. “Es una historia que habla de la resolución de un crimen, pero al mismo tiempo de cosas humanas, de debilidades de carácter, de cosas ocultas”, dice Zapata, quien se declara un apasionado de la novela policíaca. “Me parece un género muy entretenido y que cuenta con una estructura muy sólida, y creo que esta obra lo rescata desde la dramaturgia”, afirma. El director ha jugado con el humor tanto en el texto como en la puesta en escena y ha sido un reto, dice, porque hacer reír es tarea difícil. “El humor hay que hacerlo en serio”, apuntilla. La pieza estará en cartelera del 18 de abril al 12 de mayo, los jueves y viernes a las 20:00 horas, mientras que los sábados será a las 19:00 y domingos a las 18:00. El costo de los boletos es de 150 pesos.
Zapata se sienta en una de las butacas del teatro y reúne al elenco. Todos están ya maquillados y vestidos. En el vestíbulo del teatro comienzan a reunirse periodistas, cámaras y fotógrafos y los productores hacen el recuento de los minutos que faltan para que se levante el telón. “Abran los ojos, vean al otro, escúchenlo, estén pendientes de sus compañeros todo el tiempo. Ustedes son los que nos llevan con la imaginación. Estoy muy feliz de trabajar con ustedes, así que vayan y ocupen sus puestos”, ordena el director. “Maestro, ¿alguna recomendación antes de la función?”, pregunta Vázquez, el antiguo pupilo. “¡Qué no la caguen!”, grita Zapata. Los actores sonríen y corren. El escenario está a oscuras. “Mucha mierda”, grita el director de la compañía. “¡Mierda, mucha mierda!”, repiten los actores.
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